Todo trabajo tiene su recompensa y la mía fue en uno de los paraísos más grandes que he conocido. Después del agobio de noviembre y diciembre, de las noches casi en vela y el trabajo los 7 días de la semana, llegó el esperando y tan ansiado viaje a Indonesia y Malasia.
La idea surgió de rebote. Belén me comentó que quería ir a ver a una amiga suya española que estaba trabajando en Singapur. Quería pasar unos días allí y luego irse a Bali el resto del tiempo. Desde que llegué a la India, y una de las principales razones por las que acepté la beca, mi intención siempre fue viajar. Como habéis podido comprobar eso no ha sido del todo posible, aunque al final no me lo monté tan mal para tener tan pocos días libres.
Yo también quería hacer algún viaje antes de terminar mi estancia en la India, así que organicé mi clases en el instituto de tal forma que me quedaran 10 días justo al final. Lo hablé con Belén y le pareció una idea genial. Ella no viajaba sola y yo conseguía plan de viaje.
El viaje comenzó por separado. Belén se fue dos días antes a Singapur y nos reuniríamos el tercero en Bali. Así que yo, con mi mochila a cuestas y una larga noche por delante, terminé mis clases y me subí en un taxi camino del aeropuerto de Bangalore. El plan de vuelo era el siguiente: Bangalore-Kuala Lumpur, noche en el aeropuerto de KL, y a las 9 de la mañana, Kuala Lumpur-Bali. Llegaría allí sobre las 12 de la mañana, y Belén se uniría a las 7 de la tarde. No era la primera vez que hacía un viaje sola en avión estando en la India, el problema era que tenía que pasar toda la noche en el aeropuerto de KL, algo que a mi madre no le hizo mucha gracia. Nada más aterrizar, intenté buscar un sitio cómodo en el que poder instalarme, pero me entró el hambre y el McDonals en estas situaciones siempre ayuda. Después de un intento fallido al querer pagar con tarjeta y tener que cambiar dinero arrastrando todos mis bártulos por el aeropuerto, conseguí sentarme en una mesa dispuesta a comerme una gran hamburguesa. Una vez en mi estómago, decidí leer un rato para que el tiempo se pasara más lento. Pero el sueño se fue apoderando de mí y tuve que medio tumbarme en la mesa pegando alguna cabezada que otra. Cuando me desperté eran las 3 o 4 de la mañana y todavía quedaba mucho tiempo hasta el siguiente avión. A mi lado había una niña china, de unos 7 u 8 años, bastante regordeta y disfrutando esa hamburguesa más que cualquier persona en ese Mcdonals. Me hizo mucha gracia la situación. Recogí mis cosas y me puse a deambular por el aeropuerta en busca de otro sitio donde sentarme. Al final elegí un Starbucks. Me tomé un chocolate y me puse a escuchar la conversación de una pareja que hablaba en español. Las horas fueron pasando y por fin embarqué, la primera claro ;). El viaje se me hizo cortísimo, yo solo pensaba en dormir.
Llegué a Bali con unas ganas locas de dejar todas mis cosas en el hotel e irme por fin a darme un baño. Después de sacarme el visado de llegada y ver una cantidad de guiris australianos increíble, cogí un taxi que me dejó en el hotel que Belén y yo habíamos reservado para la primera noche. ¡Qué hotel! Me quedé alucinada con la primera impresión... Hice el check-in con un zumo de bienvenida, dejé mi mochila en la habitación (que era como de peli, con una puerta de madera que se cerraba como con una tabla y una miniterraza) y me fui a la piscina directa. En ese momento,y durante algún tiempo, tumbada en la hamaca con un sandwich, sentí una tranquilidad total y comprendí un poco más a la gente que se va de vacaciones sola. Toda esa paz se terminó cuando empezaron a caer las primeras gotas. Me subí a la habitación y me quedé dormida hasta que llego Belén.
Nuestro hotel estaba en la zona de Seminyak, al oeste de la isla. Era una zona pegada a Legian y Kuta, zonas más turísticas, de fiesta y tiendas. Esa primera noche decidimos cenar algo por allí y ver un poco el ambiente, al día siguiente queríamos levantarnos pronto y aprovechar el día. Ya por la mañana intentamos reservar en ese mismo hotel para el resto de días, pero no había sitio. Así que nos pusimos a buscar otro sitio del mismo precio más o menos ( en el que estábamos estaba tirado para cómo era). Para ello decidimos alquilar dos motos (Belén nunca había montado) y nos reímos muchísimo. Íbamos de hotel en hotel preguntando, hasta que al final dimos con uno cerca del nuestro. Después de instalarnos de nuevo, cogimos las motos camino de la playa. (Para echar gasolina tuvimos que parar en una especie de puestillo que tenía la gasolina en botellas de vodka absolut). Ese primer día nos fuimos hasta la playa de Jimbaran, la verdad que un poco lejos para ir en moto, sobre todo porque nos tuvimos que meter en una carretera no tan pequeña y de vuelta a casa nos perdimos la una de la otra (sin pajolera idea del camino ni de la isla), llegando yo primero al hotel y esperando preocupada a Belén que no tenía móvil... Finalmente apareció y nos reímos de todo. También estuvimos en Kuta, una playa más masificada. El segundo día, ya sin motos, cogimos un taxi que nos llevo más al sur de la isla, a la playa de Padang Padang. Era una cala muy pequeña a la que se accedía bajando unas escaleras y atravesando unas rocas. Fue el día que más bueno hizo, tanto calor que no se podía estar ni en la toalla. Nos bañábamos cada dos por tres, en un agua de esas azules, transparente. Cuando se fue el sol nos acercamos a uno de los sitios más bonitos que he visto nunca, Ulu Watu, lugar para hacer surf por excelencia. Un conjunto de acantilados y montañas con casitas en medio con unas vistas impresionantes y un montón de surferos en el agua. Estuvimos sentadas un rato en una especie de “terraza” mientras hacíamos fotos y mirábamos el mar. Por último nos acercamos a un templo en la misma zona. También estaba en lo alto y tenía vistas todavía más impresionantes. Estaba lleno de monos que se dedicaban a quitar cosas a la gente, había que tener mucho cuidado de no llevar nada que pudieran coger. Tuvimos que taparnos las piernas con una tela azul.
El tercer día estuvimos en la zona de Dreamland y Balangan, una playa bastante escondida pero preciosa. Estábamos solas y volvimos a disfrutar mucho del día de playa. Lo mejor vino más tarde, cuando en un intento de coger un taxi para volver al hotel (estábamos en medio de la nada, sin circulación) entramos en lo que pensábamos que era una casa y resultó ser el paraíso: un hotel increíble, un resort como con cabañas pequeñas y unas piscinas impresionantes. Belén y yo nos quedamos alucinadas y preguntamos si podíamos tomarnos algo allí y utilizar la piscina. Así que eso hicimos. Estuvimos en la gloria, fue un autentico lujo. Finalmente nos pidieron un taxi desde allí y volvimos a nuestro hotel. Se llamaba La Joya, y que joya....
El cuarto y último día hizo malo. Lo dedicamos para ir al norte de la isla y visitar Ubud. Queríamos conocer la cultura de Indonesia y eso hicimos. Era una zona llena de templos y arrozales, con artesanos y familias dedicadas a la talla de madera y máscaras balinesas, cometas, cuadros...Una zona muy tradicional. Conseguimos entrar en la casa de una familia y alucinamos viendo como vivían. Que sensación tan diferente. Otra de las cosas que nos llamó la atención fue la hospitalidad de la gente, que en seguida se mostraba dispuesta a ayudarte con lo que fuera. Estuvimos también en un mercado que tenía millones de cosas. Después de comer en un restaurante típico balines, nos pusimos a seguir una especie de procesión con gente tocando etc. Lo que nosotras no sabíamos era que estamos detrás de un funeral. Llevaban un caballo negro en el que luego metieron un cuerpo para quemarlo. Nos quedamos mucho tiempo viendolo, nosotras y medio pueblo. Al parecer era el funeral de dos hijos de dos reyes, o dos reyes, no me acuerdo bien, pero vamos que era algo especial, no hacían eso cada vez que alguien se moría. Había un montón de música, gente tocando y señoras vendiendo “pareos” que hacen a mano para cubrirse las piernas. Todos los turistas mirábamos perplejos. Al final se puso a diluviar y no vimos como terminaba la quema de los dos cuerpos.
Se nos echaba el tiempo encima y queríamos visitar el últimos templo antes de irnos de Bali. Nos hicimos un amigo mientras veíamos el ritual que nos consiguió un taxi (bueno, un amigo suyo al que pagamos) y nos llevo hasta allí. Se llamaba Tanah lot. Parte del templo estaba en mitad del mar, de manera que cuando subía la marea la gente que allí trabajaba pasaba nadando e incluso llevaba cosas en la cabeza mientras cruzaba. También había un montón de surfistas.
Durante nuestra corta estancia en Bali hicimos un montón de comprillas, tenían cosas chulísimas, como pañuelos, zapatos... y en general todo era más barato que en España, pero nada que ver con la India claro. Un día salimos por la noche en Legian pero no nos gustó mucho el ambiente, así que decidimos no hacerlo más. Conocimos algunos restaurantes guays (el últimos día cenamos comida típica en un restaurante que habíamos visto en Españoles por el mundo) y bares para tomar algo de tranquis increíbles. El mejor de todos fue Kudeta, que aunque era tremendamente caro, decidimos darnos un homenaje y tomarnos una cerveza mirando el mar.
Y así se terminó el viaje a Indonesia. Me gustó mucho y fueron 4 días de relajación total. Me quedo con la tranquilidad, las vistas, los colores, el agua.....
Ahora nos esperaba nuestra visita fugar a Malasia. Cogimos el avión muy pronto por la mañana dirección Kuala Lumpur. No teníamos nada reservado, así que nada más aterrizar y con mochila a cuestas nos pusimos a patear la ciudad de los edificios altos en busca de donde dormir. Finalmente encontramos un hotelillo tirado de precio ( nada que ver con los dos de Bali claro) encima de dos o tres restaurante de comida china donde olía a fritanga que te morías. Pero nos daba igual, solo era para una noche y estaba en el centro centro. Dejamos las cosas, nos pegamos una ducha y nos pusimos a patear la ciudad.
La primera impresión fue de volver a mi mundo real. Una ciudad mucho más occidental, con calles, tiendas, trafico normal... Una ciudad moderna y llena de edificios altos, pero sobre todo limpia. No pudimos subir a las Petronas pero tengo que decir que desde abajo impresionan muchísimo. Madre miá, ¡qué altas!
También nos dedicamos a la lucha del reloj. Mi padre y mi primo Pablito me habían encargado que les comprara relojes de imitación, que al parecer es bastante famoso allí. Pues eso hicimos. Nos fuimos a un mercado en el que solo había puestos y puestos de relojes. Tras marear a Belén mucho, compré lo que me habían pedido, aunque casi pegándonos con uno que quería timarnos.
La verdad es que no es una ciudad muy grande y en día y medio da tiempo de sobra a patearse el centro. Se echaba de menos un poco de vida normal.... Al final terminamos cenando en un restaurante español que nos supo a Gloria.
Y así terminó nuestro querido viaje, con pena pero contentas porque quedaban 2 días para volver a España.. Empezaba la cuenta atrás. Llegar a Bangalore, empaquetar y volar.